Ya es difícil imaginar la vida cotidiana sin las innovaciones de la
llamada “revolución” tecnológica digital, a pesar de que la mayoría se
ha propagado en apenas una o dos décadas. ¿Cómo funcionaríamos sin
celular, sin redes digitales ni correo electrónico, sin poder hacer
trámites por Internet ni hacer búsquedas de información? No obstante,
se trata solo de los primeros pasos de esta transformación.
De
acuerdo con la utopía tecnológica que nos prometen las grandes
empresas, en adelante podremos hacer las compras desde el celular para
que un drone los deposite en la casa; tener un auto que se parquea solo;
o un robot que haga la limpieza de la casa y nos alerte si entran
ladrones... Esta supuesta utopía va de la par, sin embargo, de un lado
más oscuro, que incluye la vigilancia sin límites, la seguridad
vulnerada, la recolección indiscriminada de nuestros datos personales
para enriquecer a megaempresas, la próxima pérdida masiva de puestos de
trabajo con la robotización y automatización; o los algoritmos nada
transparentes y no siempre eficientes ni equitativos, que rigen cada vez
más aspectos de nuestras sociedades.
El hecho es que,
en los últimos años, a medida que se digitalizan cada vez más aspectos
del quehacer social y personal, buena parte de estas innovaciones ha
sido acaparada por grandes monopolios (en su mayoría estadounidenses),
dando lugar a una concentración inédita de poder. Muestra de ella es el
hecho que, según información de la Agencia Bloomberg, de las 10
empresas de mayor cotización en la bolsa en diciembre de 2015, cinco son
del sector tecnológico; es más, Apple, Alphabet/Google y Microsoft
ocupan los tres primeros lugares, desplazando a las transnacionales
petroleras.
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http://www.alainet.org/es/articulo/184241
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