En una reciente publicación, que recibió la
correspondiente atención mediática, se afirmaba que la mayoría de los
cánceres eran producto fundamentalmente de la “mala suerte”
(Tomasetti y Vogelstein 2015). Sus autores afirmaban que sólo en torno a
un tercio de las mutaciones cancerígenas están causadas por el estilo
de vida o por factores ambientales (tabaquismo, consumo de alcohol, luz
ultravioleta y el virus del papiloma humano). Los otros dos tercios de
los cánceres, según los autores, serían mutaciones aleatorias (de
carácter estocástico o por casualidad) sin una causa conocida. Por lo
tanto, podríamos hacer muy poco para prevenir el cáncer, excepto evitar
estos conocidos factores de riesgo.
Pero tales conclusiones no explican el aumento de los
casos de cáncer, ni la amplia variación en la prevalencia de cáncer
entre las diferentes poblaciones humanas. Las conclusiones están
viciadas por una razón fundamental: asumen que la mayoría de los tipos
de cáncer están causados por mutaciones del ADN. Esta es la teoría del
cáncer por mutaciones. Sirve como una explicación fundamental del
desarrollo del cáncer y por lo tanto es el objetivo central de la
investigación del cáncer y de la práctica clínica.
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