Esther Vivas
Periodista y activista
Si antes nos vendían gato por liebre, hoy nos venden caballo por
vaca. Saber qué comemos se ha convertido en algo cada día más difícil.
El reciente escándalo alimentario tras detectarse carne de caballo donde
debería haber carne de vaca lo pone claramente de manifiesto. Canelones
La Cocinera, hamburguesas de Eroski, ravioli y tortellini de carne
Buitoni, albóndigas de Ikea son algunos de los productos que han sido
retirados del mercado. Está claro que no tenemos ni idea de qué nos
llevamos a la boca.
Irlanda y Gran Bretaña fueron los primeros que detectaron, el pasado
mes de enero, ADN de caballo en hamburguesas etiquetadas, teóricamente,
como carne de vacuno. Supermercados como Tesco, Lidl y Aldi, e incluso
el rey de la hamburguesa Burguer King, se vieron obligados a retirar
estos productos de sus establecimientos. Mientras, aquí, el Gobierno
negaba la existencia de caso alguno. Semanas más tarde, sin embargo, la
Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) encontraba carne de
caballo en hamburguesas de Eroski y AhorraMas.
La globalización alimentaria, la deslocalización de la agricultura y
los alimentos viajeros tienen estas cosas. Tarde o temprano las
consecuencias de dichos escándalos llegan, también acá. El Ministerio de
Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente ha tenido que reconocer,
finalmente, la existencia de carne de equino en productos que se vendían
como ternera. Y multinacionales como Nestlé, entre otras, han procedido
a la retirada de los alimentos afectados.
A pesar de que la sustitución de una carne por la otra no es
perjudicial para nuestra salud, dicho caso ha vuelto a encender las
luces de alarma sobre qué comemos y quién mueve los hilos del sistema
alimentario. Una vez más, queda demostrado cómo los intereses económicos
de un puñado de empresas de la agroindustria se anteponen a las
necesidades alimentarias de las personas. De este modo, si producir
carne de caballo resulta más barato, carne de caballo es lo que toca en
el plato.
Además, descubrir dónde empezó dicho fraude se convierte en misión
imposible en una cadena agroalimentaria en la que los alimentos recorren
una media de cinco mil kilómetros, según un informe de Amigos de la
Tierra, antes de llegar a nuestro plato. Una hamburguesa puede estar
hecha por carne de diez mil vacas y pasar por cinco países diferentes
antes de llegar al supermercado. ¿Dónde se ha colado el caballo? Irlanda
inicialmente acusó al Estado español, luego a Polonia. Cuando el caso
estalló en Francia, la culpable era una fábrica en Luxemburgo que, a su
vez, señaló que la carne provenía de Rumanía, quien al mismo tiempo,
dijo que la mercancía le llegaba de Holanda y Chipre. Ni modo de saber
la respuesta.
La historia se repite. Y cada vez que aparece un nuevo escándalo
asistimos al mismo goteo de acusaciones cruzadas, alarma social,
imposibilidad de saber su origen y toneladas de comida en la basura.
Pasó con la E.Coli y los pepinos y mucho antes con los pollos con
dioxinas, las vacas locas, la peste porcina y un largo etc. Y volverá a
pasar. Se trata de la otra cara de un sistema alimentario que nos venden
como el mejor de los posibles pero que en realidad no funciona y que es
incapaz de alimentarnos de una manera sana y saludable, ser
transparente y acabar con el hambre en el mundo.
Unos escándalos alimentarios que son resultado de un modelo
deslocalizado, kilométrico, petrodependiente, sin campesinos, intensivo,
adicto a los pesticidas… que, básicamente, busca hacer negocio con algo
tan imprescindible como la comida. Incluso la gripe porcina y la gripe
aviar se originaron en granjas de cría intensiva y a gran escala, donde
dichos animales se hacinan, soportan un trato abusivo y cruel, criados
con altas dosis de antibióticos y tratados como mercancías.
Hoy la cadena alimentaria, que sitúa en un extremo al
campesino/productor y en el otro al consumidor, se ha alargado hasta tal
punto que ninguno de ellos puede incidir en la misma. Nuestra
alimentación está en manos de empresas que monopolizan cada uno de los
tramos de la producción, la transformación y la distribución de los
alimentos, de las semillas al supermercado, e imponen sus reglas del
juego. Y si nuestro derecho a alimentarnos está en manos de empresas
como Cargill, Dupont, Syngenta, Monsanto, Kraft, Nestlé,
Procter&Gamble, Mercadona, Alcampo, El Corte Inglés, Carrefour… está
claro que este derecho, como demuestra la realidad, no está
garantizado.
Sólo tenemos una alternativa: volver a reapropiarnos de las políticas
agrícolas y alimentarias. Acabar con la dictadura de los mercados,
también, en las cosas del comer. Exigir eso que nos niegan tan a menudo
como personas y como pueblo: el derecho a decidir, la soberanía, en este
caso la soberanía alimentaria. Y volver a ser dueños de nuestra
agricultura y nuestra alimentación.
http://esthervivas.com/2013/03/01/sabemos-que-comemos/
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