Mango, Zara, H&M,
Bershka, Pull&Bear, Stradivarius, Gap, Oysho… nos dicen ofrecer, y
más en período de rebajas, precios bajos. Lo que no nos dicen, y se
oculta tras una etiqueta made in China, Bangladesh, Marruecos…, es el
cómo consiguen dichos precios. La deslocalización industrial es la
respuesta: producir pagando el mínimo coste posible por la mano de obra
y, consecuentemente, violando derechos humanos y laborales básicos. Así
lo explican y documentan exhaustivamente varios informes de la campaña Ropa Limpia.
Unas prácticas que, por cierto, no distan en nada de aquellas grandes
marcas que venden productos un poco más caros o de gama alta. La lógica
es la misma. Detrás del “glamour” o el “lujo” se esconde el sudor de los
trabajadores mal pagados.
El informe La moda española en Tánger: trabajo y supervivencia de las obreras de la confección
de la campaña Ropa Limpia de Setem es una de las muchas investigaciones
que pone blanco sobre negro. El informe analiza cuál es la situación de
las trabajadoras en los talleres textiles de Tánger que proveen a
importantes firmas internacionales y descubre las condiciones laborales
en dichos centros de confección marroquíes: jornadas de trabajo de hasta
12 horas diarias, seis días a la semana, y con un salario no superior a
los 200 euros mensuales, y que en ocasiones puede ser, incluso,
inferior a los 100 euros al mes, arbitrariedad en la contratación y el
despido, trabas a la organización sindical, etc. Una situación
extrapolable a muchos otros países. No en vano la mayor parte de
nuestras prendas de vestir se elaboran en Asia, América Central, Europa
del Este o África.
Pero no sólo los trabajadores
de los centros de producción en origen son los que salen perdiendo,
también aquí los empleados en los centros comerciales, en los puntos de
venda, están sometidos a unas condiciones laborales precarias,
flexibles, con dificultades para organizarse sindicalmente… Y la presión
por un conseguir un coste lo más bajo posible recae, asimismo, sobre
ellos. Los responsables del paro y la precariedad en el Norte no son los
trabajadores de los países del Sur sino unas elites económicas y
empresariales que buscan hacer negocio con nuestras vidas, tanto aquí
como en la otra punta del planeta.
De este modo, Amancio Ortega,
propietario de Inditex, y que tiene en su haber marcas como Zara,
Bershka, Pull&Bear, Stradivarius, Oysho, Massimo Dutti, se convirtió
el pasado 2012, según la revista Forbes, en el tercer hombre más rico
del mundo, a pesar, o gracias, según como se mire, a la crisis
económica.
Y las mismas pautas se
repiten en la producción, distribución y venta de electrodomésticos,
productos informáticos e incluso comida. Y no sólo unos pocos se
aprovechan de unas condiciones laborales precarias o inexistentes sino
también de unas legislaciones medioambientales extremadamente débiles.
Así el actual sistema de producción de bienes de consumo se lucra de
explotar recursos naturales finitos, enfermar a trabajadores o a
comunidades y/o contaminar allí donde los ojos de la mayoría no ven.
Todo, evidentemente, a coste cero.
Luego nos dicen que podemos
comprar barato. Y las rebajas son el máximo exponente de esta práctica.
Pero, ¿resulta tan barato aquello que compramos? El actual modelo de
producción y consumo cuenta con una serie de costes ocultos que acabamos
sufragando entre todos. La explotación laboral, la precariedad, los
sueldos de miseria, los débiles o nulos derechos sindicales… ya sea en
los países del Sur o en el Norte generan pobreza, desigualdades, hambre,
desahucios… y es el Estado quien tiene que gestionar dichas situaciones
y conflictos con todo lo que implica de coste social y económico.
Lo mismo sucede con las
empresas que contaminan, que explotan sin control ni límite los recursos
naturales, que generan con sus prácticas cambio climático y destrucción
medioambiental… ¿quién paga por una producción fragmentada,
deslocalizada y kilométrica adicta al petroleo y generadora de gases de
efecto invernadero? ¿Quién paga por comunidades desplazadas,
trabajadores enfermos y territorios inhabitables? ¿Quién asume las
consecuencias de un modelo agrícola y alimentario que acaba con la
agrodiversidad, el campesinado y nos hace adictos a la comida basura?
Nosotros. A la empresa, le sale gratis. Se trata de los costes
invisibles de unas prácticas abusivas, que se supone nadie asume. La
tozuda realidad nos demuestra, todo lo contrario, que es la sociedad
quien paga, y mucho.
Y lo más escandaloso de la cuestión es que
para llevar a cabo estas prácticas, las multinacionales cuentan con el
apoyo activo de quienes están en las instituciones y diseñan las
políticas económicas, sociales, medioambientales, laborales… al servicio
de los intereses de las primeras. Como se ha repetido, reiteradamente,
en la calles, vivimos en una democracia secuestrada. Y aunque nos digan,
una y otra vez, que “comprando barato ganamos todos”, la realidad es
otra: lo barato sale caro. Y, al final, nosotros, la mayoría, pagamos la
factura.
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